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¿PUEDE UNA PERSONA SALVA ELEGIR PERDERSE?

¿PUEDE UNA PERSONA SALVA ELEGIR PERDERSE?

EL PODER DE ELECCIÓN

El poder de elección es un regalo maravilloso de Dios. Aun así, hay una decisión que Dios nunca le permitió tomar al hombre. Nadie puede escoger la naturaleza con la que nace. La decisión que más afecta nuestras vidas, fue tomada hace mucho tiempo por nuestros primeros padres. No tenemos absolutamente ninguna opción sobre el tipo de naturaleza que poseemos al nacer. Es una naturaleza pecaminosa. Si no la cambiamos, nos llevará a la muerte eterna.

Aunque nacemos con una naturaleza caída, Dios nos da la oportunidad de cambiarla. Es una elección personal y trascendental de la que nadie puede privarnos. Sin duda, es la decisión más importante que tomemos mientras vivamos. Podemos escoger la naturaleza pecaminosa y morir eternamente, o recibir una naturaleza nueva, por medio de la fe en Cristo y vivir eternamente.

Hay mucho desacuerdo en cuanto a las opciones de elección que se nos ofrece. Millones de personas creen que Dios abre la puerta y permite una sola oportunidad para decidir y luego la cierra para siempre. Es como si Dios dijera: “Solo tienen una oportunidad de cambiar su condición pecaminosa. Una vez que deciden ser salvos, no podrán elegir perderse. La decisión de aceptar a Jesús como Salvador, será la única que tomen con respecto a su destino eterno. Si luego se arrepienten, será demasiado tarde. No importa cuán profundos y sinceros sean sus deseos de perderse y cuánto lamenten haberse arrepentido, no podrán renunciar a la vida eterna. Ni la amarga rebelión, ni la blasfemia deliberada, ni una vida de iniquidad podrán revocar esta decisión única y definitiva de ser salvos. No tendrán otra oportunidad de elección, una vez acepten a Jesús como su Salvador”.

En esencia, esto es lo que cree un gran número de cristianos, que defienden la doctrina de la salvación garantizada. Otro grupo de cristianos sinceros, cree que Dios deja la puerta abierta para que cambiemos de opinión cuando deseemos. No creen que la salvación sea un acto irrevocable o una elección en un momento dado, sino una relación personal continua del creyente con Cristo. Cuando por la desobediencia consciente se rompe esa relación de amor, el individuo deja de ser un creyente sincero y pierde la seguridad de la salvación.

Las implicaciones de esta enseñanza son enormes. Si de verdad la salvación es garantizada e incondicional para todo creyente, ésta es la doctrina más extraordinaria que existe. Por el contrario, si no es cierta, se convierte en la herejía más peligrosa del mundo. La salvación o perdición de millones de personas, dependerá de la decisión que tomen con referencia a este punto.

Permítanme compartir un ejemplo de cómo impacta esta enseñanza en el destino de muchos. A una de mis reuniones de evangelización asistieron más de 100 invitados que se aferraban a la creencia de la salvación eterna garantizada. Quedaron impresionados al escuchar las explicaciones de las verdades bíblicas. La doctrina del sábado los impactó de manera particular porque nunca antes la habían entendido. Todos estaban completamente convencidos que el sábado es el verdadero día de reposo del que habla la Biblia, y aceptaron con entusiasmo las grandiosas doctrinas proféticas.

Pero de las 100 personas, sólo unas pocas tomaron la decisión de obedecer la verdad bíblica. La mayoría trabajaba el sábado, y aceptar la verdad les habría causado inconvenientes, dificultades económicas y posiblemente la pérdida de sus empleos. Todos los que rechazaron el mensaje me dieron la misma explicación: “Ya somos salvos”, dijeron, “y no podemos perdernos. ¿Por qué correr el riesgo de perder nuestro trabajo por guardar el sábado? No podemos ser más salvos de lo que ya somos, guardando el sábado, y sabemos que no nos perderemos por quebrantarlo”.

¿Note cómo este razonamiento va de la mano con lo que creen? Para ellos, la salvación no dependía de la obediencia o del crecimiento espiritual, sino del momento preciso cuando se decidieron por Cristo. Ya sea que obedecieran o desobedecieran nuevas revelaciones de la verdad, su destino final no se vería afectado. Podían quebrantar el cuarto mandamiento, el séptimo mandamiento o todos los mandamientos, y aún así, sentir que su salvación está garantizada desde “el momento en que fueron salvados”. En efecto, estas personas creían que la desobediencia podía afectar el gozo y la paz que experimentaban como resultado de una relación con Dios, pero nunca la seguridad de la salvación eterna.

Indudablemente, esta doctrina debe examinarse con detenimiento. Consecuencias de impacto eterno dependen del rechazo o la aceptación de esta creencia. Deben contestarse interrogantes como éstas: ¿Podemos cambiar de parecer en lo que respecta a nuestra salvación? ¿Renunciamos a nuestro poder de elección cuando nos convertimos? ¿Es la salvación una decisión única e irrevocable o es permanecer en la gracia salvadora de Cristo, después de tomar la decisión de seguirlo? ¿Puede Dios convivir con la inmundicia del pecado en su Santo Reino? Por fortuna, la Biblia tiene cientos de textos hermosos y claros que responden a estas preguntas. Los estudiaremos juntos, y también analizaremos algunos textos que se usan para sustentar la doctrina de “una vez salvo, siempre salvo”.

Refiriéndose a la Nueva Jerusalén, Juan dijo: “No entrará en ella ninguna cosa inmunda” (Apocalipsis 21:27). Jesús dijo: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8). Pablo escribió en repetidas ocasiones que no habrá pecadores en el Cielo. El pecado, desde la perspectiva de Dios, contamina, y nadie que peque deliberadamente entrara en su Reino.

Pablo escribió: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros… ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos… heredarán el reino de Dios” (1 Corintios 6:9, 10).

En ninguna parte de la Biblia se menciona que la entrada al reino de Dios depende de una experiencia de fe momentánea y temporal. La salvación es una relación dinámica y creciente con el Dador de la vida eterna. Hay que mantenerse continuamente conectado con Dios para recibirla. Dios comparte la vida misma con los hombres, ¡pero NO PUEDE HABER VIDA ETERNA SIN CRISTO! “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5: 12).

Así como la energía creativa de Dios es necesaria para sostener al universo y mantener unidos los átomos, así de indispensable es su poder divino para mantener el alma llena del espíritu. Cuando una persona elige separarse de Dios voluntariamente, la conexión se interrumpe y la vida espiritual deja de fluir. Dios no fuerza a nadie a tomar esta decisión. En Juan 15:1-6 se demuestra que los cristianos pueden perder la conexión con Jesús y, por ende, perderse ellos mismos. En estos pasajes Cristo explica uno de los más grandes misterios de la vida eterna. “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (vv. 5, 6).

El secreto para no perderse está en morar en la presencia de Dios. Si una persona no permanece en Cristo, se marchita y muere, y su destino final es el fuego eterno. Esto demuestra que la relación de un creyente con Cristo nunca es estática, ni basada en una experiencia del momento, sino un activo y recíproco compartir de una vida común, conectada con Él que es “vuestra vida” (Colosenses 3:4).

Cuando el pámpano se separa de la vid, la fuente de la vida se extingue y el resultado es la muerte. Estas palabras de Jesús son tan claras que no dejan lugar a malas interpretaciones. Incluso los cristianos verdaderos que se encuentran conectados a la vid pueden elegir separarse de ella. Si lo hacen, morirán y serán arrojados al fuego para ser quemados. Ningún ser puede marchitarse ni morir, sin antes haber estado vivo.

La seguridad de la salvación eterna es para aquellos que tienen su fe fija en Jesús, y cuya vida está conectada al Dador de la vida. Ciertamente, podemos elegir perdernos, a pesar de cuán salvos fuimos en su momento. Todo depende de mantenernos conectados a la vid verdadera.

Jesús enseñó la verdad solemne de perder la vida eterna, en la parábola del sembrador. Al explicar acerca de la semilla que cayó entre los espinos y las rocas, Jesús dijo: “Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven. Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de prueba se apartan” (Lucas 8:12, 13 énfasis agregado).

Se extraen varias enseñanzas importantes de esta parábola. Primero, solo un grupo se salvará al final: los que dieron mucho fruto. Los grupos representados por la semilla que cayó junto al camino y la que cayó sobre las rocas no se salvarán. En el versículo 12, los oyentes junto al camino no tenían posibilidad alguna de que “crean y se salven”, pero en el versículo siguiente, “los de sobre la piedra... creen por algún tiempo”. ¿Qué tipo de “creencia” es ésta?

Según el versículo 12, es la creencia que salva. Los que creyeron por algún tiempo fueron salvos por algún tiempo, pero cedieron a la tentación. Al final, se perdieron junto con el resto, a excepción de los que dieron frutos. La enseñanza de Dios en esta parábola es que las personas pueden tener una fe que salva por un tiempo, pero pueden perderla y perderse.

Aquellos que estudien a profundidad el relato de los Evangelios, entenderán porqué Jesús con frecuencia refuta la doctrina de la seguridad de la salvación eterna. En la parábola de Lucas 12:42-46, Cristo describió cómo un siervo fiel podía convertirse en un siervo infiel. Después de preguntar: “¿Quién es el mayordomo fiel y prudente al cual su señor pondrá sobre su casa, para que a tiempo les dé su ración?” Jesús responde a su propia pregunta: “aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así… le pondrá sobre todos sus bienes” (vv. 42-44).

Luego Cristo explica por qué el siervo podría perder su recompensa. “Mas si aquel siervo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear a los criados y a las criadas, y a comer y beber y embriagarse, vendrá el señor de aquel siervo en el día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y le castigará duramente, y le pondrá con los infieles” (vv. 45, 46).

Aquí el Maestro de Maestros ilustra cómo un siervo fiel y sabio, recibe el castigo que reciben los incrédulos. Jesús estaba hablando acerca de un hombre que era lo suficientemente fiel como para confiarle grandes responsabilidades. Sin duda, este siervo representa a aquellos que sirvieron al Señor fielmente. Pero ¿qué ocurrió? Ese siervo fiel se apartó del camino de la fidelidad y cosechó ruina y muerte eterna. Esto nos recuerda también las palabras de Hebreos 10:38 “Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma”. El siervo de la parábola, quien en un tiempo creyó, ahora es castigado con los incrédulos. Los fieles pueden retroceder para perdición.

Otra parábola de Cristo destaca el hecho que el perdón continuo es condicional. La historia se encuentra en Mateo 18:23-35 y se centra en el perdón de Dios. Un rey respondió a las súplicas de su siervo y le perdonó una deuda impagable. El criado salió y se encontró con un consiervo que le debía una suma insignificante, y no mostró misericordia, sino que lo envió a la cárcel porque no podía pagarle. Cuando el rey se enteró de lo que había sucedido, revocó la orden de cancelación de la deuda y lo entregó a los verdugos hasta que pagara la totalidad de la deuda.

Es clara la enseñanza de esta parábola. Aunque Dios en su gracia perdona a quienes se lo pidan, ese perdón no está exento de condiciones. Lo perdemos cuando no demostramos compasión por los demás. Esto está en armonía con las palabras del Señor en Ezequiel 33:13 “Cuando yo dijere al justo: De cierto vivirás, y él confiado en su justicia hiciere iniquidad, todas sus justicias no serán recordadas, sino que morirá por su iniquidad que hizo”. Este principio se repite en el versículo 18: “Cuando el justo se apartare de su justicia, e hiciere iniquidad [énfasis agregado], morirá por ello” .

El secreto está en mantener una relación estrecha con la fuente de salvación. Jesús dijo: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24:13). Todo el que se oponga al pecado deliberado, podrá salvarse con la ayuda del poder de Dios. Los nombres de aquellos que no perseveren hasta el fin, serán borrados del libro de la vida. Los defensores de la garantía de la salvación eterna se rehúsan a creer que esto pueda suceder, pero Apocalipsis 3:5 deja en claro esta aterradora perspectiva: “El que venciere… no borraré su nombre del libro de la vida”. La aseveración de que se borrarán los nombres de los que no perseveren hasta el fin, es clara.

Todos estos versos coinciden en lo mismo. El pecado deliberado destruye la relación por la que se obtiene la vida eterna. Hay un “si” condicional incluido en las referencias a la garantía de salvación eterna. “Pero si andamos en luz… la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). “Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre” (1 Juan 2:24). “Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma” (Hebreos 10:38). “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano (Juan 15:6). “De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte” (Juan 8:51). “Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Romanos 11:22). “porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás” (2 Pedro 1:10).

“Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio” (Hebreos 3:14). “Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará” (2 Timoteo 2:12). “Porque si pecáremos voluntariamente… ya no queda más sacrificio por los pecados” (Hebreos 10:26). “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15). “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:14). “Porque si vivís conforme a la carne, moriréis”(Romanos 8:13).

Pablo reconocía que ser echado fuera de la presencia de Dios era posible, a menos que controlara su inclinación natural al pecado, “no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:27). La palabra que Pablo utiliza, “eliminado”, es muy interesante. Proviene de la palabra griega “adokimos”, que se traduce como “réprobo” en otros lugares. De hecho, 2 Corintios 13:5 afirma que Jesucristo no puede morar en el corazón reprobado (adokimos). Tito 1:16 habla acerca de los abominables y desobedientes que son “reprobados [adokimos] en cuanto a toda buena obra”. Sin duda, Pablo tenía presente que podía perderse si permitía que el pecado reconquistara su vida.

Pablo también habla de la posibilidad que los creyentes, nacidos de nuevo, sufran condenación por participar en la Cena del Señor indignamente. “Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí” (1 Corintios 11:29). No se puede negar que los que participaban de los símbolos de la redención eran cristianos comprometidos. ¿Cabía la posibilidad de que incurrieran en condenación y pudieran perderse? Pablo asevera que sí. ¿Qué es la condenación? La misma palabra griega, “krima”, aparece en 1 Timoteo 5:12 “Incurriendo así en condenación [krima], por haber quebrantado su primera fe”. En lenguaje claro, el apóstol explica que los creyentes pueden “quebrantar su primera fe” y recibir condenación eterna.

He escuchado incontables veces la explicación sobre la seguridad de la salvación eterna explicada a través de la analogía de la relación filial. “Mi hijo nació en el seno de esta familia y siempre será mi hijo. No puede volverse un desnacido. Sea que obedezca o desobedezca, siempre será mi hijo”. Este razonamiento elude el punto central de la cuestión. El problema no es si es posible o no que un niño pueda volverse un “desnacido”, sino más bien, que se enferme y muera. Ningún médico advierte a los padres primerizos sobre los peligros de que su hijo se vuelva un niño que no nació , sino sobre el cuidado adecuado para evitar que muera. De hecho, no sobrevive sino se alimenta.

De la misma manera, “Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros [énfasis agregado]” (Juan 6:53). ¿Qué quiso decir Jesús aquí? El versículo 63 lo explica: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida [énfasis agregado]”. A menos que el cristiano viva según la Palabra de Dios, no podrá participar de la vida espiritual que proviene de Él.

¿Se ha logrado explicar sin ambigüedades que la obediencia continua es necesaria para la salvación eterna? Pablo escribió: “¿No sabéis que si os someteis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis?” (Romanos 6:16).

Cuando decidimos desobedecer a Cristo y obedecer a Satanás, no pertenecemos a Cristo, sino a Satanás. “El que hace justicia es justo... El que practica el pecado es del diablo” (1 Juan 3:7, 8).

El escritor del libro de Hebreos, escribe innumerables amonestaciones específicas sobre las consecuencias de apartarse de la fe. Hebreos 10:23 presenta argumentos que nadie puede refutar en contra de la creencia de “una vez salvo, siempre salvo”. El pasaje comienza de esta manera: “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió”. Y luego, amonesta a quienes se vean tentados a dejar de congregarse con los creyentes. Según parece, ésta es una de las primeras señales de que existe el proceso de retroceso espiritual.

El autor de esta epístola, que creo que fue Pablo, se incluye a sí mismo en la advertencia, y afirma: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado [énfasis agregado] e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (vv. 26-29). Las personas descritas aquí habían sido santificadas en la verdad, pero cedieron a la apostasía.

Los últimos versículos del capítulo nos advierten sobre la pérdida de la confianza. ¡Prestemos mucha atención a esto! “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa… Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (vv. 35-39). Ahora bien, ¿quién otro podría expresar claramente el hecho que nuestra seguridad de la salvación eterna depende de que permanezcamos constantes hasta el fin? No habría otra razón para que este hombre de Dios nos diera tal advertencia si no fuera porque existe la posibilidad de que perdamos la confianza y retrocedamos para perdición.

En Hebreos 6:4-6 nos encontramos con otra declaración importante. “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron [énfasis agregado], sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio”. Pienso que sería difícil describir de forma más completa a una persona que ha nacido de nuevo, pero que luego se rebela contra Dios, desecha a Cristo y rechaza al Espíritu Santo. Por sus acciones, esta persona se ha colocado más allá del alcance de Dios. Por esto, no hay posibilidad que se salve si continúa crucificando a Cristo mediante su desobediencia.

En el capítulo 11 de Romanos, Pablo comenta sobre el hecho de que muchos de los descendientes de Israel rechazaron al Hijo de Dios y, por lo tanto, fueron cortados. Él utiliza la ilustración del olivo. Las ramas eran los hijos de Israel, pero por causa de su incredulidad, fueron desgajadas, como se lee en los versículos 17 al 20. Luego, se injertaron algunas ramas de olivo silvestre que representan a los cristianos gentiles. Notemos esta amonestación: “Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado [énfasis agregado]” (vv. 21, 22). Tengamos en cuenta que esas ramas dependen completamente de su conexión con el árbol. La seguridad entonces, es condicional.

Veamos si Pedro está de acuerdo con las ideas de Pablo. En el primer capítulo de su segunda epístola, en los versículos 5 al 7, se enumera una serie de virtudes que deben ser parte de la vida de todo cristiano. Pedro se dirige “a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra” (2 Pedro 1:1). Se les había dado “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia” (v. 3). Parece que Pedro dirige estas admoniciones a los que se han convertido.

Pero note lo que advierte: “Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás” (vv. 9, 10). Esto indica que los cristianos pueden caer de la gracia y dejar de seguir a Jesús. Incluso pueden convertirse en apóstatas en el más puro sentido de la palabra.

En el tercer capítulo de la misma epístola, Pedro continúa diciendo: “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz” (2 Pedro 3:14). “Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza” (v. 17). Pedro coincide con Pablo en que los cristianos deben mantenerse alertas y no dejarse engañar, e indica el triste destino de aquellos que vuelven a caer en el pecado después de haberse convertido.

Uno de los textos más concluyentes de la Biblia con referencia a que una persona puede alejarse de Cristo y perderse, incluso después de haber hecho su profesión de fe, se encuentra en 2 Pedro 2:20-22, “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno”. El mensaje es claro.

Los que favorecen la idea de una seguridad incondicional, argumentan que comparar a los hijos de Dios con perros o cerdos no es apropiado. Pedro opina lo contrario. El proverbio expresa la verdad llanamente. Estos creyentes habían escapado de la contaminación del mundo mediante el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo. Se habían convertido y unido a las filas de Cristo. Le habían entregado su corazón, pero recordaban cuando estaban en el mundo y de cómo “se revolcaban” en el pecado. Igualmente los israelitas cuando salieron de Egipto, recordaban las “ollas de carne”, los “puerros y cebollas”. Se acordaban de los placeres del pecado. Cuando dejan a Cristo, regresan al mundo, como regresa el cerdo a revolcarse en el fango. No cabe duda que ningún cristiano debería imitar los hábitos del cerdo, pero el proverbio de Pedro demuestra que esta conducta es posible.

El Espíritu de Dios no guarda silencio con respecto a este punto: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe [énfasis agregado], escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1). ¿Cuándo acontecerán estas cosas? ¿Cuándo apostatarán algunos de la fe? En los postreros días. ¿Podría estar sucediendo ahora? Este es el tiempo en que vivimos. Si no lo había pensado antes, estos son tiempos muy peligrosos. Si tiene dudas, lea los titulares del periódico de mañana.

¿Cuál es el significado de la frase, “el Espíritu dice claramente”? Significa que el Espíritu habla clara y llanamente, que es imposible malinterpretarlo. Entonces, ¿qué harán algunos? Apostatarán de la fe. Quiere decir que, sí es posible dejar la fe, ¿no es así? Algunos lo hacen. Han hecho profesión de fe, han adorado juntos, han asistido a la iglesia y a las reuniones de oración. Han participado activamente en el esparcimiento del evangelio, han apoyado la obra con sus recursos, han sido pastores, oficiales de la iglesia y destacados líderes laicos.

Sin embargo, abandonan la fe. No son constantes ni fieles. En los últimos días vendrán tiempos peligrosos, habrá persecuciones y serias dificultades, y algunos no podrán mantenerse firmes. Serán tentados por las cosas del mundo y seducidos por espíritus de demonios. Aunque es triste decirlo, darán la espalda al Hombre de la cruz. Estuvieron del lado de Cristo, pero ahora son copartidarios de su enemigo.

Por favor, no lo malentienda. Si usted desea seguridad incondicional, puede obtenerla. La encuentra sometiéndose a Cristo día a día y momento a momento. Cuando acepte a Cristo y permanezca en Él, lo logrará. Dios no falla. Él es fiel. “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo” (Salmo 55:22). Él estará a su lado, si usted permanece al lado de Él. Jesús dijo de sí mismo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Y Juan escribió acerca del Señor: “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:11, 12).

Muchos inconversos creen que tienen la salvación asegurada. Están convencidos que Dios los dejará entrar en el cielo. “Soy tan bueno como los que asisten a la iglesia” o “Pienso que puedo salvarme sin tener que ir a la iglesia”. Pero la verdad es que ninguna persona se salva por lo que piensa o por lo que es. Puede que sean sinceros, pero su sinceridad no los salvará. Puede que sean honestos, veraces, rectos y ciudadanos de primera clase, pero eso no los salvará. Pueden contribuir generosamente a la iglesia e incluso proveer a los necesitados, pero eso tampoco los salvará. Ningún hombre se salva por sus obras, por buenas que sean.

Por favor recuerde esto y nunca lo olvide: Cristo es el que salva, no los dones que posea ni las obras que haga. La salvación es un don gratuito. La salvación es Cristo, y cuando usted recibe a Cristo, obtiene la salvación. “El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Juan 5:12). Pero si no tiene al Hijo, no tiene la vida, por ende, su salvación no está garantizada, hasta que Cristo no esté permanente en su corazón.

“Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor [énfasis agregado]. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (Apocalipsis 2:4, 5).

Para el cristiano, dejar su primer amor es volver a caer, apartarse, abandonar al Señor y su servicio, y entrar al servicio del pecado, de Satanás y del mundo. El Señor llama a estos a que se arrepientan y que hagan las primeras obras (los frutos del amor), o si no —¿Si no qué? “Quitaré tu candelero de su lugar”. Este es un ultimátum de parte del Señor. Si el pecador responde, se arrepiente, regresa a su primer amor y hace sus primeras obras, todo irá bien— será salvo. Pero es la persona quien elige. Si no hace todo esto, su luz se extingue y el destino final es la perdición eterna.

No, todo lo contrario. Tal fue el caso de Saúl, el primer rey de Israel, quien fue “mudado en otro hombre”. “Entonces el Espíritu de Jehová vendrá sobre ti con poder, y profetizarás con ellos, y serás mudado en otro hombre [énfasis agregado]” (1 Samuel 10:6). Sin embargo, Saúl no llenó las expectativas de su alta y exaltada posición, desobedeció al Señor y finalmente se quitó la vida (1 Samuel 31:1-6). No se puede decir que Saúl no experimentó la conversión, porque Dios dice que sí lo hizo. Aún así se quitó la vida y perdió la oportunidad de arrepentirse.
Finalmente, veamos el texto más utilizado para sustentar la doctrina de la salvación garantizada. Jesús dijo: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Juan 10:28, 29).

¡Qué promesa más reconfortante debería ser esta, para todo hijo de Dios que confía en Él! A simple vista, provee algún tipo de inmunidad para no perderse espiritualmente, pero no hemos terminado de leer el texto. El versículo 27 completa la idea y añade una condición necesaria para que se cumpla la promesa descrita en los versículos 28 y 29. “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna”.

Notemos que solo los verdaderos seguidores de Dios se sienten a salvo en manos protectoras. Él ofrece la vida eterna sólo a las ovejas fieles que escuchan su voz y lo siguen. Lo que evita que seamos arrebatados por Satanás y sus agentes, es escuchar y seguir a Dios. La protección es contra los enemigos externos que buscan arrebatar a las ovejas del rebaño, pero no contra la infidelidad de las ovejas que deciden no seguir al pastor. Nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre, pero éstas pueden dejar el rebaño cuando lo deseen. Dios nunca va a interferir con la libertad de elegir de sus seguidores. Los cristianos pueden elegir perderse al igual que los pecadores pueden elegir salvarse.

Imagínese lo inútil que serían los cientos de advertencias bíblicas contra la apostasía, si no fuera posible experimentarla. ¿Por qué el Espíritu habría inspirado a Pablo, a Pedro y a todos los demás a escribir amonestaciones tan solemnes sobre la condenación eterna, si no corremos el riesgo de sufrirla? Y si fuese cierto que los “una vez salvos” tienen la salvación garantizada, de seguro el diablo lo sabría. Como consecuencia, nunca perdería el tiempo con los creyentes, porque sabría que es imposible que se pierdan. Sin embargo, sabemos por experiencia, que Satanás trabaja con denuedo para evitar que los santos sigan a Cristo.

Tenemos que concluir que la salvación no consiste en hacer un compromiso único e irrevocable, ya sea pasado o presente. Ser salvo es la experiencia de vivir la vida de Cristo por imputación e impartición divinas; lo que no es posible, a menos que exista una relación continua y dinámica con Jesús, la fuente de la vida eterna. Para que la salvación sea completamente bíblica, tiene que expresarse usando el pasado, el presente y el futuro. Sucedió, está sucediendo y sucederá. Quizás la ilustración de Glenn Fillman ayude a explicarlo.

Bill Jones está pescando en mar abierto a varios kilómetros de la orilla. Su bote zozobra y se va al fondo. No puede nadar para salvarse. En ese momento, aparece otro barco de pesca, pero está tan cargado, que es imposible que lleve a otro pasajero a bordo. Sin embargo, la tripulación quiere rescatar al náufrago y le lanzan una cuerda. “Aquí tienes, toma esta cuerda”, le dicen. “Te remolcaremos a la orilla”. Mientras toma la cuerda, Bill Jones dice: “¡Gracias a Dios, estoy a salvo!” Y de seguro estará a salvo, siempre que se aferre a la cuerda.

La salvación es suya, pero tiene un papel que desempeñar para salvarse. Si en algún momento se suelta de la cuerda y se niega a tomarla de nuevo, estará perdido. Lo mismo sucede con la persona que ha sido rescatada del pecado. Permanece a salvo mientras se mantenga tomada de la mano de Cristo. Si decide soltar la mano de Dios y agarrar la mano del diablo, se perderá. Su salvación depende de su decisión y de sus acciones.

En realidad, podemos hablar de salvación en el pasado, en el presente y en el futuro. El náufrago puede decir: “He sido salvo”, cuando toma la cuerda; “Estoy siendo salvado”, cuando lo remolcan a la orilla; y “seré salvo” cuando pone el pie en tierra firme. Un converso ha sido salvo del castigo del pecado. A eso llamamos justificación. Está siendo salvado del poder del pecado, y a eso le llamamos santificación. Esta persona será salva de la presencia del pecado cuando Cristo venga, y eso se llama glorificación. Los tres tiempos verbales se utilizan en la Biblia para describir la salvación.

En Romanos 8:24 encontramos la expresión: “Porque en esperanza fuimos salvos”. La versión Dios Habla Hoy es más precisa: “hemos sido salvos”, aquí se utiliza el tiempo verbal pretérito. Nuevamente, la versión Dios Habla Hoy traduce correctamente la frase en 1 Corintios 1:18: “para los que vamos a la salvación”. Luego, Hechos 15:11 declara “que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos”. Estos versículos hablan de la salvación en el pasado, presente y futuro.

Ahora, asegurémonos que se entienda correctamente nuestra ilustración del náufrago que está siendo rescatado. ¿El hecho de que deba aferrarse a la cuerda para ser salvo significa que podemos obtener la salvación con esfuerzo propio? Por supuesto que no, ¡mil veces no! Recuerde que él estaba siendo remolcado por un poder que no era el suyo. El simplemente estaba cooperando con ese poder al sujetarse a la cuerda. Tenía que hacerlo para salvarse. Como cristianos debemos manifestar nuestra fe en Cristo, permanecer firmes en él, y producir los frutos de la obediencia. Esto es lo que hacemos cuando nos aferramos a Cristo. Él nunca nos soltará. La única forma de separarnos de Él, es desconectándonos intencionalmente y separándonos de Él; y tenemos la libertad para hacerlo. Tenemos la libertad de escoger. Nuestro poder de elección no se acaba al hacernos cristianos.

En cualquier momento de nuestra vida cristiana podemos decidir dar marcha atrás y elegir las cosas de este mundo en lugar de las cosas de Dios y el Cielo. Somos salvos solo por la fe en Jesucristo como nuestro Salvador. “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Sin embargo, mostramos la fe por medio de nuestras obras. Es la expresión externa de nuestro amor por Dios. Guardar los mandamientos de Dios y hacer lo correcto es simplemente el resultado de que el Espíritu Santo mora en el corazón. Estos son los frutos del Espíritu. Hacemos estas cosas no para ser salvos, sino porque ya somos salvos. Y mientras que amemos al Señor con todo nuestro corazón, seremos obedientes a él. No soltaremos la cuerda. Seguiremos aferrándonos a Cristo que es nuestra única esperanza.

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